lunes, 22 de abril de 2024

DR. HANS HUGO BRUNO SEYLE

El  Dr.  Hans  Hugo  Bruno  Selye  nació  el 26 de enero de  1907,  en Viena,  hijo  de  un  cirujano  militar  húngaro,  casado  con una dama austríaca. 
Completó sus estudios superiores en la Universidad de Praga en 1929. Luego emigró para realizar  un  posdoctorado,  primero  en  la  Universidad  John Hopkins  (Baltimore,  EEUU)  y  después  en  la  Universidad de McGill (Montreal, Canadá). 
Fue durante su desempeño en esta última donde tuvo lugar la concepción de la idea del Síndrome general de adaptación y el origen de la palabra stress. 
La historia de este anglicismo y del desarrollo de un concepto  revolucionario  para  su  época,  además  de  ser rica en detalles, muestra algunas enseñanzas acerca de la investigación básica y su método. Los  experimentos  iniciales  de  Hans  Selye  estuvieron orientados a descubrir una  nueva hormona sexual,  para lo  cual  inyectó  extracto  de  ovario  en  ratas.  Un  análisis meticuloso de los resultados le permitió observar cierta constancia  en  los  cambios  producidos,  los  que  incluían, entre  otros,  hipertrofia  de  la  corteza  adrenal,  atrofia del sistema retículo endotelial y la aparición de úlceras gástricas  y  duodenales. 
Asimismo,  la  magnitud  de  estos cambios fue proporcional a la cantidad de extracto ovárico inyectado. El joven investigador pensó que se hallaba efectivamente ante al descubrimiento de una substancia extraña que  producía  efectos  antes  no  descriptos.  Dispuesto  a comprobar el origen ovárico de esta nueva hormona, también inyectó a las ratas extractos de hipófisis y placenta. 
Fue  decepcionante  observar  los  mismos  resultados  con tales  productos,  independientemente  de  su  origen.  No obstante,  suponiendo  que  esta  hormona  no  proviniera exclusivamente  del  ovario,  administró  a  sus  ratas  extractos de hígado, riñón y otros órganos. 
Nuevamente el resultado obtenido fue similar. En un último intento para establecer la existencia de esta supuesta substancia, que aparentaba  ubicua,  inyectó  formalina  a  los  animales. Al  comprobar  la  presencia  de  resultados  idénticos  a  los anteriores,  la  hipótesis  inicial  se  derrumbó:  la  hormona nueva no existía.
La  sensación  de  fracaso  afectó  su  talante  por  unos días. Su trabajo aparentaba haber sido en vano, no conducía  a  ningún  lado.  Mientras  resolvía  qué  hacer  con  su línea de investigación, de pronto recordó algunas de las observaciones que había formulado en los primeros años de su formación médica en la Universidad de Praga. Fue allí  donde  realizó  el  primer  contacto  con  enfermos,  en el  cual  pudo  notar  llamativamente  que  muchos  de  ellos aquejaban síntomas generales (fiebre, dolor abdominal, artralgias, cefalea, pérdida de peso), en forma independiente a la entidad mórbida que los afectara. Denominó a ese curioso fenómeno como Síndrome de sólo estar enfermo. 
Una notable similitud con sus ratas enfermas, que reaccionaban de igual forma ante distintas substancias. Aquella idea latente de sus años iniciales, salió a lote en el momento justo y le posibilitó argumentar una nueva teoría que uniformara sus observaciones, parecía existir algún mecanismo en el cuerpo que determinaba una respuesta  general  a  los  agentes  nocivos.  
También  permitía explicar  cómo  ciertos  tratamientos  de  la  medicina  tradicional, como descansar, comer liviano y protegerse de los  cambios  bruscos  de  temperatura,  eran  efectivos en pacientes que sufrían trastornos inespecíficos. 
Experimentó  entonces  sometiendo  ratas  a  temperaturas  extremas,  ejercicio  extenuante,  traumatismos  y a la  inyección  de  distintas  drogas.  Pudo  comprobar  nuevamente  los  resultados  antes  obtenidos,  pero  en  esta oportunidad,  resignificados,  conformando  la  explicación de un fenómeno desconocido, mucho más importante que la hormona soñada.
Presentó  sus  conclusiones  iniciales  en  1936,  en  el British  Journal  Nature,  en  un  artículo  llamado Un  síndrome  producido  por  diversos  agentes  nocivos.  En  él, sucintamente  delineó  su  nuevo  paradigma:  independientemente  de  la  naturaleza  del  estímulo  nocivo,  el organismo responde de manera estereotipada. 
Esta reacción representa un esfuerzo del organismo para adaptarse a la nueva condición a la que es sometido, y la denominó Síndrome general de adaptación (SAG). 
El SAG, tal como lo describió Selye, incluye tres etapas universales. 
La primera llamada reacción de alarma, involucra cambios bien definidos como hipertrofia e hiperactividad de la corteza  suprarrenal,  involución  del  timo  e  hipersecreción  de corticotrofina y tirotrofina. Si el organismo sobrevive a esta primera etapa y el estímulo nocivo persiste, ingresa en  una  segunda  etapa  donde  los  órganos  estabilizan  su función a niveles prácticamente normales; es decir, se constituye una resistencia. 
Por último, si la situación se prolonga en el tiempo (uno a tres meses), el organismo ingresa en una  tercera  etapa  de  agotamiento,  que  culmina  con  la muerte.
Unos  años  más  tarde,  Selye  utilizó  el  término stress (que  signiica  tensión,  presión,  coacción)  para  definir la  condición  con  la  que  el  organismo  responde  a  agentes  nocivos  (“stressors”).
El  concepto  rápidamente fue  adoptado  a  nivel  mundial,  y  al  no  haber  palabras homólogas  en  otros  idiomas,  se  utilizó  la  palabra stress sin  modificar,  salvo  excepciones  (por  ejemplo,  la  Real Academia  Española  acepta  el  vocablo  estrés).  
En  su autobiografía The  Stress  of  my  life, publicada  en  1977, mencionó que el mejor término para deifnir su idea hubiera sido strain, que hace alusión a la idea de tensión o tirantez sobre un cuerpo, palabra empleada en el campo de la física. 
Si bien Selye hablaba siete idiomas, por aquel entonces su dominio del inglés no era el ideal, y esa fue la razón por la que utilizó stress y no strain. 
Las  ideas  de  Selye  forjaron  un  campo  enteramente inédito en la medicina de esos días. 
Continuando su labor, publicó más de 30 libros y más de 1500 artículos científicos, casi todos ellos sobre el tema del stress. Notoriamente,  sus  trabajos  partieron  de  un  punto bastante alejado del rumbo que tomaron después, y derivaron inicialmente en un aparente fracaso. Muchos otros excepcionales  descubrimientos  ocurrieron  de  manera similar.  Fue  su  virtud  el  poder  observar  algo  completamente  inesperado,  quizás  gracias  a  un  especial  tipo de intuición. 
Él mismo comentó en un artículo acerca de la investigación  básica,  que  uno  de  los  mayores  atributos que un cientíico debe poseer es justamente la libertad de prejuicios, esa que permite observar hechos y conceptos hasta el momento evidentes, sin aceptarlos del todo, dejando jugar su imaginación con posibilidades impensadas. 
Selye  culminó  su  brillante  carrera  como  director  y profesor, en el Instituto de Medicina Experimental y Cirugía de la Universidad de Montreal, hasta su retiro en 1970. 
Falleció el 16 de octubre de 1982, en esa misma ciudad. Fue sin dudas una mente innovadora, y su inluencia perdura vigente en el arduo trabajo de estudiantes e investigadores que luchan cotidianamente para mostrar sus ideas al mundo.

* Diego Bértola, Servicio de Clínica Médica, Hospital Provincial del Centenario, Universidad Nacional de Rosario /// Medicina Universitaria - 2010

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