martes, 13 de septiembre de 2022

DR. FÉLIX-HIPPOLYTE LARREY

Cada cierto tiempo la historia de la cirugía nos regala la presencia de un personaje excepcional, pero es raro encontrar que la genialidad y la dedicación profesional de un padre sean trasmitidas también a su hijo, y que ambos construyan un legado de enorme interés para la cirugía y la medicina en general. Cuando se da este caso, también suele ser habitual que el carisma y la personalidad de uno oculten los del otro, de forma que la historia, sin motivo ni propósito, suele olvidar las contribuciones de uno de ellos. 
Este es el caso de los barones de Larrey, Dominique-Jean y su hijo Félix-Hippolyte (otro ejemplo podría ser el de los emperadores de Francia, Napoleón Bonaparte y Carlos Luis Napoleón III, cuyas vidas siguieron un curso paralelo a la de los barones de Larrey). 
Durante el siglo XVIII la cirugía fue ganando categoría técnica sobre la base de la anatomía topográfica, y en la primera mitad del siglo XIX el cirujano dejó de ser un empírico para convertirse en un técnico de prestigio. Pero si algo determinó la vida de los barones de Larrey fue el hecho de que Francia se mantuvo en guerra, de forma casi ininterrumpida, durante toda la vida de los Larrey. 
La guerra fue su mejor escuela, campo de observación y aprendizaje, además del motor fundamental para el desarrollo de su empirismo quirúrgico. Los barones de Larrey vivieron en una época en la que los cirujanos eran todavía menospreciados, y la vida de los soldados, algo sin importancia
La cirugía era deprimente, los cirujanos militares trabajaban a oscuras, sin higiene y con un personal que nada sabía sobre prevención de infecciones. En este periodo convulso se produjo la unificación de la medicina y la cirugía, tanto en formación como en titulación. 
La enseñanza pasó a desarrollarse en las universidades (1808). La única ciudad donde se podía estudiar cirugía era París. En ningún otro sitio se tenía tanta experiencia. París era la «ciudad de la luz», capital mundial de la cultura y donde la gente debía ir para cultivarse y estar en el grado más alto de civilización. Por ello, los barones de Larrey estaban en el sitio justo y en el momento preciso para cambiar la historia de la cirugía. 
El saber quirúrgico dejó de ser patología externa para ocuparse de las enfermedades internas, la actitud del cirujano pasó a ser activa en lugar de conservadora, la cirugía exerética fue adoptando una intención restauradora y funcional, y los procedimientos lentos y seguros acabaron por imponerse a finales del siglo XIX.
«Por la integridad de su carácter, dignidad y honor de su vida profesional y por su afabilidad, tuvo ganado la estima y el respeto de todos» (Dr. N. Nicaise).
Félix-Hippolyte Larrey nació en París el 18 de septiembre de 1808. 
Durante su infancia tuvo una estricta educación, marcada por la dimensión militar de su padre y modulada por la ternura y cariño de su madre y de su hermana Isaura, 10 años mayor que él. 
En 1817, a los 9 años de edad, entró en el Liceo Louis-le-Grand, donde demostró ser un excelente trabajador, disciplinado, leal y lleno de buena voluntad. 
En 1826 su padre lo llevó de vacaciones a Inglaterra, con el pensamiento de que viajar era la forma más efectiva y rápida de inculcar en su hijo el conocimiento de las artes y las ciencias, además de inspirar su amor por el trabajo y el estudio. En ese verano aprendió inglés y conoció a otros ilustres cirujanos ingleses de su tiempo, como Astley Cooper (1768-1841) o Everard Home (1756-1832), y participó como intérprete en sus discusiones científicas. Además, por consejo de su padre, comenzó a tomar nota de sus impresiones, actitud que conservó durante toda su vida.
El 22 de diciembre de 1828 ingresó en la Facultad de Medicina de París, donde leyó su tesis y obtuvo el doctorado en 1832. 
Un hecho que influyó en la vida de Félix-Hippolyte fue el viaje que hizo en 1831 a Bruselas con su padre, el cual fue el encargado de organizar el sistema sanitario militar de las tropas belgas siguiendo el modelo francés. Durante el viaje aprendió cómo su padre imponía su autoridad sobre los problemas de higiene de las tropas. 
En la expedición de Amberes participó en el frente realizando curas y una treintena de amputaciones, por lo que fue propuesto por el mariscal Gérard para recibir la cruz de la Legión de Honor, pero el rencoroso ministro Soult le privó de recompensa. 
El 23 de septiembre de 1832 fue nombrado ayudante mayor de segunda clase al servicio del hospital de Gros-Caillou; ese mismo año se declaró una epidemia de cólera que le permitió demostrar de nuevo todo su coraje y practicar sus conocimientos. 
Fue propuesto por segunda vez para recibir la Legión de Honor, y de nuevo el ministro Soult volvió a alegar la juventud de este para negársela. Al valiente y joven cirujano solo le quedó la satisfacción del deber cumplido. 
En 1837 fue nombrado profesor asociado de la Facultad de Medicina de París. Dos años después pasó a ser médico de primera clase, y el 21 de enero de 1841 consiguió por unanimidad la cátedra de Patología Quirúrgica en la Escuela de Medicina Aplicada y de Farmacia Militar de Val-de-Grâce. Sus alumnos destacaban de él su erudición y su método seguro y amplio, además de su estilo simple, elegante e impecable. Las clases de clínica quirúrgica llenaron el espíritu del joven Larrey. 
Si el ministro de guerra seguía obstinado en no reconocer los méritos de Félix-Hippolyte, el mundo científico, por el contrario, le premiaba. 
El 8 deagosto de 1850, 35 años después de la batalla de Waterloo, se inauguró la estatua de su padre en la Val de Grâce, esculpida por Pierre Jean David d´Angers. 
Louis-Napoleón, presidente de la República, organizó una recepción y lo nombró segundo barón de Larrey. Como lord del Segundo Imperio participó en 6 grandes conflictos militares: la guerra de Crimea (1854-1855), la guerra de la independencia de Italia (1858-1859), la guerra de México (1861-1867), la de Prusia de Bismarck (1870-1871) y las expediciones colonialistas de China (1860) y de Indochina (1861). 
En la batalla de Solferino (25 de junio de1859) demostró su carácter humanitario, al igual que su padre, al obtener de Napoleón III la liberación de los cirujanos austriacos hechos prisioneros, lo que se reflejó más tarde en la Convención de Ginebra. 
Sus actos como cirujano le valieron múltiples distinciones militares y civiles. 
En 1851 fue nombrado cirujano del emperador Napoleón III, y en 1852, presidente de la Sociedad de Cirugía, que dirigió y coordinó con brillante tacto y autoridad. 
En 1857 fue enviado al campo de Châlons como jefe del servicio sanitario de la guardia imperial, y resolvió con incuestionable autoridad los problemas de higiene del campamento. 
Fue nombrado presidente de la Academia Imperial de Medicina en 1863 –en sustitución de Jean-Baptiste Bouillaud (1796-1881)– y dirigió dicho organismo con su habitual tacto, con lo que ganó la estima de todos sus colegas. 
En 1865 fue requerido por el emperador para tratar su estenosis uretral y litiasis vesical (enfermedad que en 1873 le acabaría llevando a la muerte, en una tentativa fallida de litotricia por parte del cirujano inglés Thosom). 
En 1867 accedió a la Academia de Ciencias, y en 1868 alcanzó su puesto más alto como presidente del Consejo de Salud de los ejércitos (cargo que controlaba todas las cuestiones relativas a higiene, enfermedades, organización, gratificaciones, etc. de las tropas, con independencia de otros organismos) y lo combinó con labores científicas. 
Después de treinta años de lucha, el 14 de junio de 1880 consiguió lo que ni su padre ni Pierre Francois Percy (1754-1825) pudieron lograr: la completa autonomía administrativa del cuerpo de sanidad militar, frente a las manipulaciones de la jerarquía militar y de la engorrosa administración del departamento de guerra. Eso sí, después de la muerte del mariscal Soult, duque de Dalmacia.
Se retiró en el año 1872, pero se dedicó a la política (fue elegido diputado de Altos Pirineos en 1877). En 1879 realizó, junto con Jean-Nicolas Corvisart (1755-1821), la autopsia del príncipe imperial, muerto en la emboscada de Zoulouland (Inglaterra).
Murió en París el 8 de octubre de 1895, a la edad de 87 años, y fue enterrado en el cementerio de Pere-Lachaise, a la sombra de la estatua de su padre. En los jardines de Val-de-Grâcese contempla, desde 1899, un monumento a la memoria de Félix-Hippolyte Larrey esculpido por Falguiere
Queda claro que Félix no tuvo una vida fácil ni le regalaron sus distinciones. Al igual que su padre, hubo de demostrar continuamente su valía –superando al padre en algunos aspectos– y ganó por méritos propios un lugar privilegiado en la historia de la cirugía. 
Mientras que el padre era un cirujano de claros conceptos y una enorme habilidad técnica, el hijo fue además un cirujano con una enorme base teórica y académica, llevando como insignia la elegancia y la eficiencia del campo de batalla a la Asamblea Nacional. 
Si el primer barón de Larrey personifica –en la historia de la cirugía– la humanidad y la ética, el segundo personifica la virtud, la ciencia y la dedicación plena. Sus compañeros disfrutaron de sus lecciones críticas, de su espíritu recto y de una justicia impecable. Fue uno de esos hombres que consagró toda su vida y su talento al beneficio público, a la cirugía, a la verdad y a la ciencia, considerando todo ello como una obligación y sin esperar nunca recompensa alguna, solo su satisfacción personal.
La historia nos muestra, hoy día, al padre como virtuoso y al hijo como el más digno sucesor. Ambos barones deben considerarse frente a la historia como inseparables, y nunca se deberían comparar o enfrentar. De hecho, una sepultura de granito en forma de pirámide recuerda actualmente a estas dos personas excepcionales que dominaron la cirugía militar del siglo XIX, aunque a la luz de la historia, Félix-Hippolyte siempre ha parecido estar a la sombra de su padre (como también Napoleón III lo está respecto a la grandeza de su tío el emperador Bonaparte).
«Por su erudición, su espíritu exacto, prudencia en la práctica, su lenguaje sencillo y atractivo que cautivaba a sus oyentes, su cortesía y amabilidad [. . .] fue más amigo del progreso que de la novedad, más celoso de la cura que de brillar, y de instruir que de sorprender» (Dr. Dujardin-Baumetz).

* Alfredo Moreno-Egea - Unidad de Pared Abdominal, Clínica Hernia, Murcia, España - Revista Hispanoamericana de Hernia - 2014

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