El Dr. Antonio María Béguez César, médico cubano, considerado el Padre de la Pediatría en las provincias orientales de su país, descubrió en 1933 una rara enfermedad cuya descripción se divulgó 10 años después en el Boletín de la Sociedad Cubana de Pediatría, como neutropenia crónica maligna familiar con granulaciones atípicas de los leucocitos, aunque eso no impidió que otra persona se apropiara de la autoría del hallazgo científico, que ha sido conocido en el ámbito médico como síndrome de Chediak-Higashi.
Si bien en la I Jornada Latinoamericana de Estudios Cooperativos en Hematología, celebrada en La Habana en febrero de 1973, se reconoció su descubrimiento, el silencio público al respecto se mantuvo hasta finales del pasado siglo y primeros años del XXI, cuando ya para siempre su vida y obra fundamentan a plenitud los homenajes perdurables que están dedicándose a su memoria, en consonancia con la verdad histórica y el rigor científico, y como muestra de desagravio al galeno que fue despojado de un mérito incuestionablemente suyo.
Digno de admiración y respeto por su sólido prestigio como médico de niños y su espíritu de investigación, se distinguió además por su participación en eventos nacionales e internacionales sobre temas de salud relacionados con la niñez, y por la publicación de numerosos trabajos científicos; actividad limitada mayormente en aquella etapa, a los galenos que ejercían en la capital.
En 1929 creó el primer Servicio de Pediatría en la antigua provincia de Oriente, y en 1934 fundó la Sociedad de Pediatría de Santiago de Cuba.
Nació el 2 de marzo de 1895 en Santiago de Cuba, de donde eran oriundos sus padres: don Antonio Béguez y Béguez y doña Antonia César y de León.
Cursó la enseñanza primaria en la academia particular del profesor Don Lolo y años más tarde, en 1910, ingresó en el Instituto de Segunda Enseñanza de la mencionada ciudad, donde alcanzó el título de bachiller, con notas sobresalientes, en 1914.
A partir de ese año matriculó en la carrera de Medicina en la Universidad de La Habana y en julio de 1919 recibió con honores su diploma de graduado.
Entre sus recuerdos de la etapa de estudiante se refería de manera especial a su maestro Ángel Arturo Aballí Arellano, de quien fue discípulo en la Sala San Vicente, del Hospital Mercedes en La Habana.
Al mes de haber finalizado sus estudios universitarios, regresó al Santiago de Cuba que lo vio nacer y se dedicó a solicitar trabajo en el Hospital Saturnino Lora y las clínicas mutualistas Centro Gallego y Colonia Española; pero sus intentos por ejercer la profesión en alguna de esas instituciones resultaron infructuosos, pues había que tener influencias o amigos poderosos para conseguir una plaza en aquella época y él solo contaba con sus conocimientos de medicina y el juramento hipocrático para conseguirla, lo cual no bastaba en absoluto.
Por fortuna, a finales de 1919 recibió la oferta para desempeñarse como médico interno en el Hospital Santa Isabel de Cárdenas, en Matanzas, centro de salud inaugurado el 26 de diciembre de 1862, en un acto presidido por el Coronel Verdugo y su esposa, doña Gertrudis Gómez de Avellaneda.
Allí trabajó durante dos años y, en esa unidad sanitaria, conoció a Francisca López Comans, estudiante de enfermería, con quien se casó en 1921.
Poco después de haber contraído nupcias regresó a Santiago de Cuba para atender a su madre, que había enfermado gravemente, en cuyos cuidados resultó inestimable la participación de su esposa.
Esta vuelta a su ciudad natal fue para siempre. Allí nacieron sus cinco hijos René, estomatólogo y luego cirujano maxilofacial; Efrén, hematólogo; Francisca Milagros, farmacóloga y bióloga; Melba, alumna de medicina hasta tercer año, y Antonio, abogado.
Sin discusión alguna, esta amorosa, paciente y tenaz mujer fue la única capaz de controlar y encauzar la tremenda energía vital de aquel joven médico. Más de 50 años permaneció a su lado, apoyándole y enorgulleciéndose de él hasta el último día de su vida, el 23 de febrero de 1985, una década después que su esposo.
Su biblioteca, que ponía sin reservas a disposición de alumnos y compañeros de trabajo, era una de las más completas en la región; muestra fehaciente de su amor por el estudio, pues adquiría cuantas publicaciones consideraba útiles para estar mejor preparado e informado acerca de todo aquello que le interesaba, para lo cual se había suscrito a las revistas pediátricas más importantes, las que leía en 3 o 4 idiomas; habilidad que adquirió en forma autodidacta.
Convertido en una autoridad académica, podía referirse con certidumbre a los avances médicos más recientes durante las discusiones sobre temas terapéuticos que se entablaban, pues su nivel de actualización fascinaba a todos. Sus viajes a Estados Unidos de Norteamérica, México y España, para participar en actividades científicas, también consolidaron sus conocimientos.
Hasta 1927 se vio inmerso en situaciones de incertidumbre y desaliento.
Para ayudar al mantenimiento de la familia, instaló una consulta privada en su casa de Sagarra (San Francisco), que apenas les permitía subsistir y adonde los padres, víctimas de la injusticia social y la desesperanza, llevaban a sus hijos enfermos, sabiendo que él no les cobraría la atención médica.
En 1938 fue nombrado Socio Titular de la Sociedad de Estudios Clínicos de La Habana, primera sociedad médica que se instituyó en Cuba, el 11 de octubre de 1879, bajo la presidencia de su fundador, el doctor Serafín Gallardo y Alcalde.
En agosto de 1939 se divulgó en el Boletín de la Sociedad Cubana de Pediatría su artículo “Consideraciones sobre el paludismo en la infancia”; trabajo que había presentado en la Jornada Nacional de Pediatría celebrada en Santa Clara.
Un año más tarde, en la III Jornada Nacional de Pediatría, con sede en Matanzas, el Dr. Béguez expuso ante los asistentes su observación, descrita por primera vez en Cuba, sobre “Nanismo con infantilismo por quiste de la bolsa Rathke” (cráneo-faringioma)” en un paciente operado a causa de esta afección por el Dr. Carlos Ramírez Corría, notable neurocirujano, quien residía por aquellos tiempos en la capital del país.
En 1942 se publicó en el referido Boletín su artículo “Contribución al estudio de las colangiopatías en la infancia”.
En 1946, durante el desarrollo de la VIII Jornada Nacional de Pediatría, tuvo a su cargo el discurso de salutación en nombre de la Sociedad de esa especialidad en Santiago de Cuba, que fue divulgado en la Revista Cubana de Pediatría.
En los años 60 y principios de los 70 el Dr. Béguez participó en muy diversas actividades del sector y obtuvo numerosos reconocimientos.
En 1963 recibió diplomas de la Sociedad Cubana de Pediatría por sus 45 años de servicios y del Ministerio de Salud Pública, en reconocimiento a su labor ininterrumpida durante más de cuatro décadas a favor del progreso de la medicina en general y de la salud de la población infantil en particular.
Posteriormente, en 1967, el Ministerio de Salud Pública le confirió la condición de Especialista de Segundo Grado en Pediatría. Asimismo, el 13 de mayo de 1972, la Sociedad Cubana de Pediatría le otorgó el título de Socio de Honor. También le fue entregada la medalla Dr. Carlos J. Finlay de I Grado.
Cabe señalar que desde 1950 ya era miembro de la American Academy of Pediatrics.
El Dr. Béguez falleció en la madrugada del 11 de febrero de 1975.
Sin lugar a dudas, el Dr. Antonio María Béguez César es un ejemplo de esos galenos que han honrado con su fructífera vida el calificativo de pediatra notable, en todas las esferas donde se ha insertado, y se ha hecho acreedor de figurar entre las célebres personalidades que enriquecen la historia de la medicina cubana, mucho más cuando aconsejaba a las nuevas generaciones a identificar con claridad las metas fundamentalesde su existencia y luchar intensamente por alcanzarlas sobre la base del esfuerzo diario y nunca mediante la competencia desleal.
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