El mundo de la medicina japonesa estuvo durante muchos siglos bajo influencia china. Si dejamos a un lado los llamados “estudios holandeses” (rangaku) del periodo Edo (1603-1868), que se abrieron camino en Japón a través de un único punto (la isleta artificial de Dejima, en Nagasaki), podemos decir que la influencia china duró hasta inicios de la era Meiji (1868-1912), cuando se produjo un radical giro hacia Occidente.
Kitazato Shibasaburō es la primera eminencia japonesa dentro de esta renovada medicina.
Los descubrimientos de Pasteur y Koch fueron decisivos para el desarrollo de la microbiología. Entre los que se formaron en el Instituto de Koch en Berlín figura Kitasato.
Tras su paso por Alemania, desarrolló su obra en Japón, donde es considerado uno de los iniciadores de la moderna microbiología.
Nacido en la aldea de Kitazato, situada en la antigua provincia de Higo (actual municipio de Oguni, distrito de Aso, prefectura de Kumamoto), el 20 de diciembre de 1852, cursó estudios de medicina en la Escuela Médica de Furushiro, que luego se constituyó en Facultad de Medicina de la Universidad de Kumamoto, y en la Escuela Médica de Tokio, posterior Facultad de Medicina de la Universidad de Tokio.
Era el hijo mayor del alcalde de la ciudad.
Aunque obtuvo un puesto en el Departamento de Higiene del Ministerio del Interior, siguiendo los consejos de Constant George van Mansvelt (1832-1912), el médico militar holandés que fuera su maestro en la escuela Furushiro, marchó a Alemania a completar su formación, permaneciendo en el país siete años (1885-1892). Allí, recibió las enseñanzas de quien a la sazón era la máxima autoridad mundial en bacteriología: Robert Koch (1843-1910).
Allí se le encomendó que estudiara la etiología del tétanos, tema en el que habían trabajado con anterioridad los médicos militares Georg Gaffky (1850-1918) y Friedrich Löffler (1852-1915).
Pronto obtuvo resultados. Consiguió un cultivo puro capaz de reproducir el tétanos en animales por inoculación. También colaboró con Emil Behring.
Inyectando sucesivas dosis no letales de toxina tetánica, cada vez mayores, en ratones y conejos, obtuvieron un suero libre de células capaz de neutralizar la toxina tetánica.
Fue éste un descubrimiento decisivo para la inmunidad.
Ambos, Behring y Kitasato, calificaron a esta sustancia de “antitóxica”. Dieron a conocer el hallazgo en un trabajo que publicaron en 1890 en el Deutsche medizinische Wochenschrift.
El descubrimiento abrió un nuevo panorama de investigación, en el que la creatividad de Kitazato se plasmó en un nuevo tratamiento, la seroterapia (1890), aplicable entre otras enfermedades a la difteria, del que fue pionero junto a Behrin.
La seroterapia consiste en utilizar un suero medicinal que contiene antitoxinas, para prevenir o para curar ciertas enfermedades. Por este logro, Behrin se hizo acreedor al primer Premio Nobel de Fisiología y Medicina. En aquel entonces no existían todavía los premios compartidos. De haberlos habido, es muy probable que Kitazato hubiera sido también galardonado. De hecho, Kitazato estuvo entre los nominados en una posterior edición.
Kitasato residió en la ciudad alemana hasta 1891. Tras rechazar ofertas de trabajo en Inglaterra y Estados Unidos, regresó a Japón. Allí creó un Instituto para el estudio de las enfermedades infecciosas.
En 1908 pudo enseñar personalmente el Instituto a Robert Koch durante la visita que éste realizó al Japón. Cuando el centro fue incorporado a la Universidad de Tokio en contra de sus deseos en 1915, fundó el Instituto Kitasato que dirigió hasta su muerte. Fue construido éste con un estilo occidental. Mantuvo contactos con los Institutos europeos y sus discípulos Kiyoshi Shiga y Sahachiro Hata también marcharon a Alemania a formarse con Paul Ehrlich.
Los méritos de Kitazato no terminan ahí.
En 1894, cuando se encontraba en Hong Kong, descubrió simultáneamente a Alexandre Yersin (1863-1943), del Instituto Pasteur (Francia) la bacteria causante de la peste.
Ambos investigadores la hallaron al mismo tiempo y en el mismo laboratorio, pero independientemente. Esta enfermedad, temida como “la muerte negra”, asoló Europa en el siglo XIV, tras lo cual repitió sus letales embestidas hasta el siglo XVIII, causando gigantescos daños en todo el mundo.
Con su enorme poder, esta enfermedad contagiosa aguda produjo cambios dramáticos en la política, la economía, la sociedad y la cultura de aquellos tiempos.
En la segunda mitad del siglo XIX la peste volvió a propagarse, esta vez por la región de Manchuria (norte de China) y fue entonces cuando los intentos de Kitazato y Yersin por identificar el patógeno se vieron coronados por el éxito en Hong Kong.
Fue un brillante logro, fruto de la aplicación de los métodos bacteriológicos, que respondían ya a los llamados Cuatro Postulados de Koch.
Los postulados son: por cada enfermedad debe poder extraerse un determinado microorganismo; este debe poder ser aislado y reproducido en cultivo puro; debe poderse producir la misma enfermedad al ser inoculado en otro organismo, y de nuevo debe poder ser aislado extrayéndolo de las lesiones producidas.
Además de fundar su instituto, Kitazato hizo gala de un gran liderazgo en otras iniciativas. Creó en 1916 la Asociación Médica de Japón, en 1920 la Facultad de Medicina de Keiō, la primera en el país formada dentro de una universidad privada, en 1921 la sociedad anónima Termo, que fabricó termómetros y otros instrumentos médicos, y en 1923 la Sociedad Japonesa de la Tuberculosis, entre otras entidades.
Una vacuna desarrollada sobre una hipótesis falsa
El antagonismo entre el Instituto Kitasato y el Instituto Nacional de Enfermedades Contagiosas se agudizó con motivo de la llamada “gripe española”, una pandemia que se desató en 1918.
Las dos entidades competían por desarrollar una vacuna y tratamientos efectivos. Sin embargo, en aquel entonces todavía no se conocía la existencia de los virus.
Kitazato y Richard Pfeiffer (1858-1945) supusieron erróneamente que debía de haber una “bacteria de la gripe” y sobre ese “descubrimiento” idearon una vacuna. El instituto rival, por su parte, estimó que debía de tratarse de un patógeno “filtrante”, es decir, que al ser más pequeño que las bacterias burlaba los filtros utilizados en la época.
Por desgracia, el mundo se encontraba en la fase bacteriológica, previa a la de la microbiología. Fue lamentable que Kitazato pugnase por desarrollar una vacuna sobre una premisa equivocada, pero no cabe sino decir que fue debido a las limitaciones en el pensamiento científico inherentes a la época.
La existencia de los virus, microorganismos mucho más pequeños que las bacterias, solo pudo comprobarse en 1933, cuando ya se disponía de microscopios electrónicos.
Pero Kitazato había fallecido el 13 de junio de 1931 en Nakanocho, Tokio, Japón, de una hemorragia intracraneal.
Kitasato también estudió la lepra y la tuberculosis.
En 1893 aisló el virus de la conocida como “tsutsugamushi” o tifus de las malezas o matorrales (enfermedad infecciosa transmitida por ácaros y causada por Rickettsia tsutsugamushi, que se caracteriza por fiebre, una lesión primaria y erupción).
Aisló también el agente causal de la disentería en 1898.
Fue ennoblecido con el título de danshaku (barón) en el sistema de nobleza kazoku en febrero de 1924.
La semilla difundida por Kitazato ha dado muchos y grandes frutos y la actual institución educativa Instituto Kitasato sigue siendo cuna de grandes médicos e investigadores que son líderes en el mundo.
Sus restos descansan en el Cementerio de Aoyama en Tokio.
* José L. Fresquet. Instituto de Historia de la Ciencia y Documentación (Universitat de València-CSIC). Noviembre, 2004.
* Fukuda Mahito - Nippon Communications Foundation - 2020
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