Durante años se habían realizado diversos avances científicos, pero la invención de la vacuna tiene nombre y apellidos. A mediados del siglo XVIII, Edward Jenner alcanzó fama mundial como inventor de la vacuna contra la viruela y cuyas polémicas investigaciones en este campo estaban destinadas a cambiar la historia de la medicina para siempre.
El 17 de mayo de 1749, nació en la localidad inglesa de Berkeley, Edward Jenner, quien estaba llamado a convertirse en un investigador de fama mundial.
Jenner sentía pasión por la poesía y fue conocido como el "sabio-poeta" debido a su curiosa forma de manifestar sus sentimientos a través de la poesía, aunque no saltaría a la fama por su obra literaria, sino por hacer un descubrimiento que revolucionaría la ciencia para siempre: la vacuna de la viruela.
En 1761, el joven Edward se trasladó a Sodbury, donde empezaría su formación como cirujano y farmacéutico bajo las órdenes del médico del pueblo, Abraham Ludlow. Allí Jenner oiría por primera vez, en boca de Sarah Nelmes, una ordeñadora de vacas, la siguiente afirmación: "Yo nunca tendré la viruela porque he tenido la viruela bovina. Nunca tendré la cara marcada por la viruela". Y sería precisamente gracias a esta creencia popular que Edward Jenner descubriría la vacuna contra esta enfermedad.
En 1770, con 21 años, Edward inició sus estudios en el Hospital de San Jorge de Londres, donde fue discípulo del famoso cirujano y anatomista John Hunter, convirtiéndose primero en su alumno preferido y con el tiempo en uno de sus mejores amigos, una amistad que perduraría hasta el fallecimiento de su mentor.
En la época en que Jenner regresó a Berkeley, la epidemia de viruela que afectaba a la población ya había provocado numerosas muertes. Para tratar de ponerle freno, y pese a la cerrada oposición de otros médicos, Jenner intentó implantar un método que había estudiado en el Hospital de San Jorge y que se conocía con el nombre de "variolización".
Este proceso, introducido en Londres en 1721 por la esposa del embajador inglés en Turquía, Lady Montagu, consistía en inocular a una persona sana con material infectado.
El 14 de mayo de 1796, Jenner decidió inocular a un niño de ocho años llamado James Phillips un poco de materia infectada que obtuvo de una persona que padecía la viruela bovina. El pequeño desarrolló una fiebre leve que desapareció a los pocos días. Unos meses más tarde, Jenner puso en práctica la prueba definitiva para erradicar la epidemia. Volvió a inocular a James Phillips, pero esta vez con viruela humana para comprobar si el niño desarrollaba la enfermedad. Los resultados le dieron la razón y el niño ni contrajo la enfermedad ni murió.
Edward Jenner explicó este procedimiento en un escrito llamado Investigación sobre las causas y los efectos de la viruela vacuna.
A pesar de que el experimento se realizó con 23 personas más obteniendo el mismo resultado exitoso, la Asociación Médica de Londres se opuso al tratamiento con el singular argumento de que con este método los pacientes podrían convertirse poco a poco en ganado vacuno.
Confiado en que su descubrimiento y el tratamiento administrado era el correcto, Jenner llegó a inocular la vacuna a su propio hijo logrando los mismos buenos resultados.
El reconocimiento le llegaría en 1805 desde Francia de parte del mismísimo Napoleón Bonaparte, el cual dio la orden de vacunar a todos sus soldados con el método del médico inglés. Posteriormente, incluso dos importantes damas, la condesa de Berkeley y lady Duce, pidieron a Jenner que vacunase a sus hijos.
Jenner llegó a alcanzar tal prestigio que podría haberse instalado en Londres, donde su fama le hubiese convertido en un hombre rico, pero prefirió regresar a Berkeley y llevar allí una vida tranquila. Pese a todo, Jenner recibió numerosas distinciones que le permitieron vivir holgadamente en su localidad natal, e incluso fue nombrado médico del rey Jorge IV en 1821.
Pero durante los últimos años de su vida las desgracias se habían cebado en él. Primero fue la muerte de su hermana y de su hijo mayor, en 1810, posteriormente la de su otra hermana, Anne, en 1812, y en 1815 la de su esposa Katherine, de tuberculosis.
El propio Edward Jenner fallecería de un ataque de apoplejía el 26 de enero de 1823 en Berkeley y fue enterrado junto a sus padres, hijo y esposa en la Iglesia de su localidad natal.
El éxito del descubrimiento de Jenner fue tan importante que en 1840 el Gobierno inglés prohibió cualquier otro método de vacunación contra la viruela que no fuera el suyo. La generalización de dicho método en todo el mundo lograría con el tiempo acabar con esta fatídica enfermedad (se calcula que solo en el siglo XX causó unos 300 millones de muertes), que fue declarada erradicada por la Organización Mundial de la Salud (OMS) en 1980.
* National Geographic
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