viernes, 17 de febrero de 2023

DR. LUIS MORQUIO

Luis Morquio nació el 24 de Setiembre de 1867, en una modesta vivienda ubicada en la calle Cerro  Largo casi General Rondeau, Montevideo, Uruguay, de la cual en la actualidad no existen ni siquiera rastros, puesto que fue demolida cuando se efectuó la apertura de la Avenida Agraciada.
José Morquio, su padre, había nacido en Sampierdarena, pequeña población de los alrededores de Génova, Italia, y su madre Ana Bélinzon era, no obstante lo que se expresa en el certificado de bautismo anteriormente citado, uruguaya descendiente de italianos y españoles.
Don José Morquio, al igual que tantos compatriotas suyos, fue atraído desde muy joven por la leyenda de América, con sus riquezas y facilidades para abrirse camino, y este concepto y la idea de emigrar hacia estas lejanas regiones, fue adentrándose en su espíritu con raíces tan profundas, que sorpresivamente y sin casi despedirse de sus familiares, un buen día partió del puerto de Génova hacia la tierra prometida que representaba el nuevo continente.
Luego de una larga travesía, arribó a Uruguay, sin otra fortuna que sus brazos vigorosos y unas ansias enormes de progreso y superación.
Poco tiempo después, conoció a Ana Bélinzon, joven hija de compatriotas, transformándose esa amistad en fuerte atracción, que culminó meses más tarde con la unión matrimonial de ambos.
Juntos conocieron los sinsabores de la pesada lucha por la existencia, pero también vivieron los halagos de la felicidad y la alegría que les deparaba una creciente y numerosa prole.
Ya al año de casados nacía Luis, al que en rápida sucesión fueron siguiendo los otros nueve hermanos, que constituirían la totalidad de esa ejemplar familia.
Luis Morquio vivió sintiendo permanentemente una profunda admiración y respeto por su madre, y éstas tuvo una especial predilección por su primogénito.
Cuando Luis vino al mundo, su madre contaba apenas 18 años, y en esta relativa pequeña diferencia de edades entre madre e hijo, debe quizá verse la estrecha e invariable comunión de pareceres y de ideales que ambos sustentaron.
De esta manera se fue forjando la personalidad de Morquio, reflejo fiel de la austeridad que reinaba en su hogar, del ejemplo de trabajo de su padre y de abnegación y amor plenos que poseía su madre.
El día 5 de octubre de 1867 era bautizado en la Iglesia matriz de Montevideo por el Presbítero Andrés Torrielli.
Cuentan sus familiares, que en las cotidianas reuniones de sobremesa y posteriormente, luego de casado Morquio, en las diarias visitas que éste hacía a su madre, era típico y hasta algunas veces risueño observar cómo la conversación, al principio generalizada y bullanguera, se iba tornando paulatinamente, ante el gesto autoritario de doña Ana, en un simple diálogo entre madre e hijo en el cual cada uno de ellos expresaba sus opiniones y conceptos de igual a igual, de “potencia a potencia”, sin importarles mayormente la idea que sobre el tema pudieran tener los demás contertulios.
Sus estudios primarios, secundarios y universitarios, no hicieron otra cosa que confirmar esas cualidades, producto fiel del ambiente en que había nacido y vivido.
A los 29 años de edad, el 21 de Junio de 1896, Luis Morquio contrajo matrimonio con María Josefa Márquez, hija a su vez de Ramón Márquez y Emilia Artagaveytia.
De esta unión que constituyó la suprema felicidad de Morquio, nacieron dos hijos, Marieta y Luis Alberto.
A los nueve años fue enviado al establecimiento privado de enseñanza primaria que dirigía el “manco Latour”, apodo con el que se conocía al francés Pedro Enrique Latour, cuyo colegio estaba ubicado en la calle Daymán (hoy Julio Herrera y Obes) entre las de Mercedes y Uruguay.
Allí fue donde recibió sus primeros conocimientos elementales, y comenzó a sentir las rígidas nociones de disciplina propias de la pedagogía de entonces, en la cual el maestro hacía prevalecer los palmetazos al razonamiento y las penitencias a la comprensión del alumno.
En 1880, su tío materno Juan Bélinzon, Mayor del Ejército, era designado Director de la “Escuela de Artes y Oficios” y el joven Luis, a instancias de un familiar, pasó a estudiar en este establecimiento, en el cual, no obstante su denominación específica, se cursaban también y a iniciativa del propio Bélinzon, las materias pertenecientes al ciclo medio, dictadas por profesores de la Universidad.
Dando muestras de una voluntad impropia de su edad y de un ya maduro sentido de la responsabilidad, se hizo del tiempo necesario para, al mismo tiempo que estudiaba el bachillerato, adquirir nociones de contabilidad, con tal provecho, que pronto era designado para ejercer las funciones de ayudante del Contador de la Institución. Estos conocimientos le sirvieron más tarde como medio para solventar sus estudios superiores, ya que en los ratos libres que le dejaban sus tareas en la Facultad de Medicina, trabajaba como Tenedor de Libros en algunos comercios de Montevideo.
Durante la permanencia en este Instituto, ya dio muestras Morquio de estimables aptitudes de laboriosidad, de contracción al estudio, de indudable inclinación por las ciencias y ansias evidentes de superación. Por otra parte, las propias normas de disciplina imperantes e inculcadas en el diario trajinar, fueron forjando su firme y férrea voluntad, que va a ser luego un rasgo perfectamente definido de su personalidad.
En 1886 abandonó la “Escuela de Artes y Oficios” con el grado de Bachiller, ingresando a la Facultad de Medicina. Contaba entonces 20 años, y junto al ímpetu arrollador que le brindaba la edad, reflejaba el apasionamiento que impregnaba por doquier el ambiente universitario de ese momento, el cual vivía una corriente de verdadera renovación espiritual y material.
A pesar del reducido número de alumnos, no mayor de quince en el instante en que Morquio dio iniciación a su carrera, la enseñanza de las asignaturas eminentemente prácticas adolecía de enormes y capitales defectos, efectuándose el estudio de la Anatomía en forma totalmente irregular, en los pocos cadáveres que les eran suministrados o concurriendo a los cementerios con el fin de conseguir algunas piezas para disecar.
El aprendizaje clínico, si bien se encontraba algo más facilitado, no dejaba por ello de ser también incompleto, realizándose en el Hospital de Caridad. En este establecimiento la Facultad disponía solamente de una Sala de Medicina, una de Cirugía y otra para Semiología, siendo las tres exclusivamente destinadas para enfermos del sexo masculino, contándose además con un Servicio de Obstetricia; no existían policlínicas ni salas de especialidades, las que eran prácticamente desconocidas por entonces.
La vida estudiantil de Morquio en la Facultad de Medicina no deslumbró por la brillantez de su trayectoria; fue el prototipo del “discípulo normal”, que ni sobresalió ni desentonó del resto de sus compañeros, pero desde el primer instante se hizo notar por el enorme tesón que puso en aquello que se relacionaba con el trabajo diario y por su manera de ser y actuar, caracterizada por una disciplina invariable, que estaba demostrando era una condición innata de su persona, adquirida desde su niñez en un hogar modesto y ejemplar, en el que las necesidades y circunstancias hacían que el orden fuera cosa principal jamás dejado de lado.
Por el año 1890 desempeñó el cargo de Interno de la Clínica Médica del Profesor Pedro Visca, dejando aquí también excelente impresión por su asiduidad, ansias de perfeccionamiento e indeclinable contracción a sus deberes.

Estatua del Dr. Morquio en la ciudad de Montevideo

A lo largo de su carrera tuvo profesores mediocres, pero también la enorme suerte de contar con otros altamente capacitados, a los que siempre recordó con respetuosa admiración: Visca, el gran clínico y su padrino de grado; Pugnalin, maestro de cirujanos; Arechavaleta, pionero de la Bacteriología en Uruguay; Fiol de Perera, el primer profesor de Obstetricia y Serratosa, su iniciador en la Patología Médica.
A los 24 años de edad, en Marzo de 1892, se doctoró presentando según las exigencias de entonces una tesis sobre la Fiebre Tifoidea, y cuyo padrino fue el Dr. Enrique Figari, Tesis que fue dedicada por su autor, como consta en la primera página de ella, a sus Padres, a su Abuela, a su Tío materno Juan Bélinzon y a sus Hermanos, y en la que ya da idea de su inclinación hacia los problemas higiénicos y profilácticos al expresar: “He creído necesario, ante todo, apuntar las principales nociones sobre patogenia y etiología de esta enfermedad, porque ellas darán base a las indicaciones higiénicas y terapéuticas. La profilaxis, único medio de impedir los estragos que continuamente causan las enfermedades infecciosas, encuentra su mejor sanción en la Fiebre Tifoidea, a la luz de los conocimientos profundos que se han obtenido con respecto al desarrollo y propagación de esta enfermedad”.
Las palabras finales de esta tesis de Luis Morquio, en las que sintetizando su vida estudiantil, brinda un
afectuoso recuerdo para sus profesores al expresar: “Al despedirme de las aulas universitarias, llevo en mi memoria impresas vuestras saludables lecciones, que han de iluminar los primeros pasos del escabroso camino que debo recorrer. Si bien en ellas he dejado transcurrir los mejores años de mi juventud, conservaré para siempre el recuerdo de la vida estudiantil, tan llena de afecciones y de momentos imperecederos. Para vosotros, los que habéis sabido revelarnos los misterios de la ciencia, guardaré eternamente un sentimiento profundo de gratitud”.
Transcurridos pocos meses de su graduación, cuando aún no tenía Morquio tomada decisión alguna sobre su futura actividad profesional, no habiéndose ni siquiera esbozado en él ninguna preferencia sobre las distintas ramas de la medicina, ocurrió un acontecimiento que hoy, al ser recordado y relatado a través del tiempo, adquiere relieves de leyenda.
Un día, cuando quizá como todo médico recién recibido, estaba forjando sueños para el porvenir, recibió un llamado para que concurriera lo más rápidamente posible a prestar asistencia a un niño. Prestamente se preparó a cumplir con sus obligaciones, sin siquiera sospechar que al propio tiempo en que se dirigía a ver a un pequeño paciente, iba rectamente al encuentro de su destino y de la gloria.
Cuando ya junto al lecho del pequeño enfermo comenzó a examinarlo de manera torpe e inexperiente, dando vueltas y más vueltas para poder elaborar dificultosamente un diagnóstico y establecer el tratamiento correcto, se dio perfecta cuenta de que no estaba habilitado de manera eficaz para ejercer la medicina.
Inmediatamente surgió en su conciencia la terrible interrogante de si podía permanecer en esas condiciones, o si por el contrario debía trabajar afanosamente en procura de adquirir una capacitación, que la Facultad de Medicina no estaba en condiciones de brindarle.
El mismo Morquio, nos relata esta importante determinación que tomara de la manera siguiente: 
“… Un hecho trivial, tuvo grande influencia en el destino de mi vida. Apenas concluida mi carrera, no faltaron parientes y amigos, que solicitaran mi atención para asistir enfermos. No tenía todavía nada resuelto sobre mi vocación profesional, decidido a seguir una especialidad, sentía preferencia por la medicina”.
“Un día fui llamado a asistir a un niño. Recuerdo el mal momento que pasé entonces. Durante mis estudios médicos, no había tenido ocasión de ver un solo niño enfermo, ni nada sabía de particular a ese respecto fuera de las enseñanzas generales”.
“Sea por la ignorancia que dominaba en materia de patología infantil, sea porque pareciera ésta, una cosa sencilla y fácil, creíamos que nuestros conocimientos eran suficientes; nunca me imaginé las dificultades en que me vería envuelto desde mis primeros pasos profesionales”.
Ya tomada su decisión, con su característica voluntad y fe inquebrantables, solucionó todo lo concerniente a sus proyectos y llevando como único título las cartas de presentación de su antiguo maestro el profesor Visca, un día de 1892 abandonaba su Montevideo rumbo a ese faro luminoso de la cultura que se llama Francia.
Una nueva pero pasajera desilusión le esperaba al llegar a su destino. En efecto, si bien la enseñanza de la Pediatría era una realidad concreta en la Facultad de Medicina de París, y al compararla con lo existente solo en los proyectos como ocurría en nuestra Casa de Estudios mediaba un abismo, no por eso podía decirse que la ciencia de las enfermedades de los niños hubiera alcanzado en Francia cierta jerarquía e importancia.
Lo real, lo auténticamente exacto, era que la Pediatría gala recién comenzaba a perfilarse como una especialidad distinta, y se esforzaba, aunque aún de manera tímida, en independizarse de la Medicina General.
Por el tiempo en que Morquio comenzó a concurrir al “Hospital des Enfants Malades”, asiento de la Cátedra, ésta era regenteada por el Profesor Grancher, pero en verdad esta dirección era casi nominal, ya que por sus dolencias crónicas o tal vez por una falta de verdadera vocación hacia la Pediatría, la enseñanza estaba prácticamente en manos de un joven y excelente Profesor Agregado, que ya comenzaba a cimentar su prestigio de notable clínico, y a formar ese renombre, que más tarde, con el correr del tiempo, adquirirá caracteres luminosos: el Profesor Marfan. Desde el primer instante en que se produjo el encuentro entre Marfan y Morquio, se despertó una corriente de simpatía y comprensión, que culminará en una amistad que se hizo más estrecha con el paso de los años.
Concurrió asiduamente a las clases magistrales que Potain daba sobre cardiología, escuchó profundamente las disertaciones de Dieulafoy sobre temas de patología, frecuentó la “Charité” donde Charcot daba fisonomía a una nueva neurología, aprendió con Hayem los esbozos de una naciente patología digestiva y clínica de las enfermedades de la sangre, no faltándole el tiempo para ir al Hospital “San Luis” para admirar al principal sifilógrafo de la época: el Profesor Fournier. 
Además siguió un curso completo en el Instituto Pasteur, donde trabó amistad con Roux, el que ensayaba, cada vez con mayor éxito, su suero antidiftérico, y con Metchnikoff, el cual trabajaba afanosamente en el terreno de la inmunidad.
Pero, a pesar de que todo esto lo entusiasmaba, las máximas satisfacciones las encontraba Morquio en “Les Enfants Malades”, siguiendo atentamente las enseñanzas del siempre recordado Marfan, de Hutinel, de Jules Simon, o asistiendo a las intervenciones quirúrgicas del consagrado Cirujano de Niños, Germán See.
Casi dos años permaneció Morquio en Francia, afianzando cada vez más sus conocimientos sobre la patología infantil, habiendo ya adquirido un cierto prestigio cuando se produjo su regreso al Uruguay, lo que le permitió casi de inmediato sobresalir en el ambiente científico de entonces.
Esta especial preparación le permitió conseguir una auténtica autoridad en el medio, como se puso en evidencia cuando casi enseguida de su arribo fue llamado a una consulta por un caso de crup, que “curó teatralmente”, según sus propias expresiones, con el empleo del suero antidiftérico, el cual había visto aplicar tantas veces por Roux, y que hacía su triunfal presentación en Montevideo solamente tres meses después de la presentación de los trabajos conjuntos de Roux y Behring, en el Congreso Médico de Budapest de 1894.

Foto del Dr. Morquio de la Biblioteca Nacional de Uruguay

La llegada de Morquio a su patria, se produjo justamente por una coincidencia histórica, en el momento preciso en que se daba solución a un problema que se venía arrastrando desde hacía muchos años: la fundación de la Clínica de Niños de la Cátedra de la Especialidad de la Facultad de Medicina de Montevideo, en la Sala San Luis del viejo Hospital de Caridad.
La Pediatría Nacional comenzó desde entonces a jerarquizarse, encarrilándose poco a poco en las corrientes universales en boga, es decir, dando mayor énfasis e importancia a los problemas directamente relacionados con el ambiente social en el cual se desarrollaba la vida del niño.
Por la época de la instalación de la Cátedra de Medicina Infantil, y con el cargo de Jefe de Clínica, comienza la actuación de la figura que con el transcurso del tiempo va a ser considerada la personalidad más brillante con que ha contado la Pediatría Nacional: el Profesor Luis Morquio.
La actuación de Morquio al frente de la enseñanza y de la asistencia de la Sala San Luis se hizo notar de inmediato, aún cuando su puesto no era el de máxima jerarquía. Desde un principio todo el movimiento de la Clínica marchó al impulso y al ritmo impuestos por el joven Jefe de Clínica, el cual al año siguiente iba a tener su primera consagración universitaria al ser designado, luego del concurso respectivo, Profesor Titular de Patología Interna.
En este concurso, que marca su entrada triunfal al cuadro de los Profesores de la Facultad de Medicina, el Dr. Morquio no tuvo oponentes, desarrollando en la prueba de suficiencia el tema “Dispepsias”.
Su actuación como Profesor de Patología Interna tuvo una duración de cinco años; en el ejercicio de esta función puso de manifiesto sus excelentes condiciones de organizador y estudioso, siendo sus clases modelo de meticulosidad en la preparación de los temas tratados, al no omitir detalles para dar al alumno de manera clara y concisa todos los elementos imprescindibles para el conocimiento acabado de la materia.
En 1899, y debido a una ausencia momentánea del Dr. Soca, le fue encomendada de manera interina la Cátedra de Medicina Infantil. 
En 1900 fue el encumbramiento del Dr. Luis Morquio como Profesor Titular de Medicina Infantil.
La llegada del Profesor Luis Morquio al desempeño de la Clínica Pediátrica, es unánimemente reconocida como el factor capital para la enseñanza de la especialidad y para el prestigio y jerarquía que adquirió la Escuela Pediátrica Uruguaya.
Treinta y cinco años de efectividad en ese cargo, se encargarían de confirmar posteriormente las esperanzas que su consagración como Profesor de Clínica de Niños, habían despertado en el ambiente científico de Uruguay. Con la aparición de Morquio en el Hospital de Caridad, se produce también el fenómeno, inusitado para la época, de la consignación en la mayor cantidad posible de datos clínicos en las fichas individuales. “Todo lo concerniente a los antecedentes y a los hechos observados en la sintomatología y en la evolución de la enfermedad”, ha dicho el Dr. Conrado Pelfort, “eran escritos por el propio Morquio con su letra menuda y apretada”.
Tal meticulosidad le sirvió luego para poder establecer en su trabajo “La Clínica Infantil de la Facultad de Medicina”, la estadística completa de los 11.512 niños asistidos durante ese período, distribuidos de la manera siguiente: hospitalizados en la Sala San Luis, 1.457; examinados en la policlínica anexa al Servicio, 10.055.
Es el propio Morquio en el precitado estudio, quien dice: “Hay que hacer constar, que era este el único Servicio de Niños existente en Montevideo (fuera del destinado a expósitos y abandonados), atendiendo, además, enfermos procedentes de todas partes del país, donde los medios de asistencia dejan mucho que desear”.
Una vez organizado el Instituto y promulgada la Ley de Creación del Instituto de Clínica Pediátrica y Puericultura, el día 18 de Diciembre de 1929, el Profesor Morquio trató, con su competencia reconocida y contando con la estrecha colaboración de sus asistentes, de que éste ofreciera el máximo de oportunidades a médicos y estudiantes para poder alcanzar un mayor nivel de capacitación profesional.
Fue con este objeto que en el mes de Julio de 1930 se llevaron a cabo las clases correspondientes al Primer Curso de Perfeccionamiento, con la participación de los más reconocidos pediatras de la época. Relacionado con estos Cursos escribía Morquio, como prefacio del volumen “Conferencias” en el cual se publicaron todos los trabajos de estas Jornadas, las siguientes líneas que sintetizaban su pensamiento de los que debían representar estas lecciones: 
“Entre las finalidades del Instituto de Pediatría y Puericultura, está la enseñanza complementaria destinada a estudiantes que tienen que rendir examen y a médicos que quieren renovar o perfeccionar sus conocimientos en esta especialidad”.
Este primer número de “Conferencias” apareció en el mes de Setiembre de 1930 y, como expresaba Morquio en su antedicho comentario, reunía los más diversos temas que sobre la patología y problemas sociales de la infancia pudieran resultar de especial interés para la preparación integral del pediatra.
Desgraciadamente, no obstante que estos Cursos de Perfeccionamiento se siguieron desarrollando de manera periódica, la publicación de “Conferencias” tuvo muy corta vida, puesto que solamente aparecieron tres volúmenes conteniendo el valioso material de los temas que se trataron.
Dentro de esta tercera época de la Historia de la Cátedra de Clínica Infantil, uno de los sucesos más salientes y de más honda repercusión en la vida de la medicina de niños de nuestro país fue la muerte del Profesor Luis Morquio, el día 9 de Julio de 1935.
Esta sentida y unánimemente lamentada desaparición física, tuvo su inmediato eco en el Gobierno de la República, el cual remitió al Poder Legislativo un proyecto de ley, por el cual se proponían diversos honores, siendo de entre ellos el más importante, por el simbolismo que representaba, el cambio de denominación del Instituto que con tanto brillo y responsabilidad había dirigido y que desde ese momento pasaba a ostentar en su frente el nombre del ilustre Maestro, para que ese Centro de Estudios “quedara bajo la advocación ejemplar de quien poseyó título para permanecer, como valor definitivo, consubstanciado con la Cátedra”.
Sostuvo con tesón admirable lo que debería estar inscripto en el pórtico de las aulas médicas: “La Clínica no termina con el diagnóstico, por más brillante y laborioso que haya sido, sino que debe seguir con la evolución de la afección y con el tratamiento del enfermo”.
Durante las deliberaciones del Segundo Congreso Americano del Niño, efectuado en Montevideo en 1919, el Profesor Morquio presentó una ponencia por la cual se propugnaba la creación de una Oficina Internacional Americana de Protección a la Infancia.
Este proyecto tuvo una amplia acogida, pasando a estudio de una Comisión, que luego de analizarlo y debatirlo, aconsejó su aprobación, cosa que fue hecha por el Congreso en forma unánime.
Esta iniciativa estaba redactada de la siguiente manera: 
“El Segundo Congreso Americano del Niño acepta el proyecto presentado por su Presidente, el Doctor Luis Morquio, de crear una Oficina Internacional Americana de Protección a la Infancia, que sea el centro de estudios, de acción y de propaganda en América, de todas las cuestiones referentes al niño”.
“Esta Oficina será un organismo oficial de todos los países de América que lo suscriben, teniendo su asiento en la ciudad de Montevideo”.
La Nipiología, estudio integral del niño en todos sus aspectos en la edad en que todavía no habla, creada por el Profesor Ernesto Cacace y definida por él como “Toda la ciencia de la primera edad”, tuvo su consagración como ciencia autónoma en el Congreso de Pediatría celebrado en Roma en el año 1918.
El binomio “madre-hijo”, base fundamental de un desarrollo perfecto del pequeño ser, atrajo desde sus primeros tiempos de especialista de las enfermedades de la infancia al Dr. Morquio, quien defendió con entusiasmo estos principios, patentizándolos en las expresiones vertidas en el 2º. Congreso Científico Latino Americano de Montevideo, de 1901, “hacer y procurar que la madre deje vivir a su hijo, hacer que una vez que éste nazca, ella lo conserve y amamante”.
En su larga y brillante trayectoria de médico y profesor, recibió Morquio innumerables satisfacciones, traducidas en homenajes de la más variada índole tributados por distintas corporaciones oficiales y privadas de diversos países, que testimoniaban de esa manera la admiración que sentían por el sabio pediatra uruguayo. Presidente de la Sociedad de Medicina en 1902, fue reelecto en mérito a sus altas dotes científicas, en 1910.
En el año 1905 recibió Morquio la primera consagración de una institución médica extranjera, al designársele Miembro de la Academia Nacional de Medicina de Río de Janeiro, distinción que abriría el sendero de múltiples galardones posteriores.
Representó como Delegado Oficial de Uruguay, en el Congreso de Protección a la Primera Infancia realizado en Bruselas, en el Congreso de Higiene Escolar de Londres y en el Congreso de Fisioterapia. 
En 1907, y en virtud de su relevante actuación como especialista de las enfermedades de los niños, fue designado Miembro de la Sociedad de Pediatría de París, espaldarazo consagratorio que le permitiría relacionarse con las más destacadas figuras de la Pediatría contemporánea.
Más tarde, y en sucesiva serie, es investido como Miembro de la Sociedad de Protección a la Infancia de Río de Janeiro, Miembro de la Sociedad de Medicina y Cirugía de la misma ciudad, Miembro de la Sociedad de Pediatría de Buenos Aires, de Bogotá, de Nueva York, y de la casi totalidad de las entidades de Pediatría de América y buen número de las de Europa. 
Su permanente acción a favor de la causa de la niñez, le hizo acreedor a ser distinguido como Miembro del Bureau Internacional Permanente para la Protección de la Primera Infancia, siéndole otorgado en 1919, el Diploma de Honor de la Liga Nacional Belga de Protección a la Infancia.
El 9 de Junio de 1927, al procederse a la inauguración del Instituto Internacional Americano de Protección a la Infancia, organización por cuya instauración tanto bregara Morquio, fue designado, por el voto acorde de los delegados de los distintos países de América, para desempeñar la Dirección de este organismo, cargo que continuará ejerciendo hasta el momento de su fallecimiento.
En 1927 la Sociedad de las Naciones, por intermedio de su Comité de Higiene, encomendó al Profesor Morquio la supervisión de la encuesta sobre “Mortalidad Infantil en el Uruguay”. Relacionado con este acontecimiento expresaba Morquio: “Hace 30 años nadie se ocupaba de la mortalidad infantil. En Francia, hace poco más o menos un siglo se morían en el primer año de vida el 70%; hoy esa cifra ha quedado reducida al 10%, y todavía es considerada alta”.
En 1930, recibió Morquio otra extraordinaria distinción al ser llamado a presidir la “Unión Internacional de Socorro de la Infancia”, con sede en Ginebra.
El 17 de Agosto de 1931, recibió Morquio uno de los homenajes más distinguidos y consagratorios al ser designado por el Gobierno de la República Francesa, Oficial de la Legión de Honor, condecoración que al mismo tiempo que significaba un legítimo orgullo personal, reflejaba un altísimo honor para el país, que tenía la satisfacción de contarlo entre sus más dilectos hijos.
Años más tarde, el 30 de enero de 1956, el Consejo Nacional de Gobierno de la República Oriental del Uruguay, corporizando una vez más esa supervivencia del recuerdo de Morquio en el espíritu de sus connacionales, disponía que la Biblioteca de la Sociedad de Pediatría, que funciona en un local del Hospital Pereira Rossell, fuera designada con el nombre de “Biblioteca Luis Morquio”.

* Luis Morquio (1867-1935) - "Biografía" por Ruben Gorlero Bacigalupi - Premio de la Fundación Luis Morquio 1966.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario