En la actualidad, hay microscopios tan poderosos que pueden tomar una fotografía del espacio que hay entre las células cerebrales, el cual es miles de veces más pequeño que el ancho de un cabello humano. Incluso pueden revelar los diminutos sacos que tienen pepitas de información más minúsculas que cruzan ese hueco para formar recuerdos. En imágenes instantáneas y coloridas hechas posibles por un imán gigante, podemos ver la actividad de cerca de 100 mil millones de células cerebrales que se comunican.
Décadas antes de que existiera esta tecnología, un hombre que se encorvaba sobre un microscopio en España a principios del siglo XX estaba elaborando hipótesis proféticas acerca de cómo funciona el cerebro. En ese entonces, William James todavía estaba desarrollando la psicología como una ciencia y sir Charles Scott Sherrington estaba definiendo nuestro sistema nervioso integral.
Se trata de Santiago Ramón y Cajal, un artista, fotógrafo, doctor, fisicoculturista, científico, jugador de ajedrez y editor. También fue el padre de la neurociencia moderna.
Nació el 1 de mayo de 1852 en un pequeño pueblo de Navarra conocido como Petilla de Aragón en España.
Hijo de un médico cirujano de renombre, los primeros años de su vida estuvieron marcados por los numerosos cambios de residencia de su padre. Dotado para el dibujo y reconocido como un estudiante rebelde que se negaba a memorizar conceptos, el que con los años pasara a ser conocido como el padre de la neurociencia, realizó su primer curso de medicina en la Universidad de Zaragoza en el año 1870.
Poco después, tras licenciarse en 1873, fue llamado a filas tal y como era obligatorio, y tras algunos meses de servicio y aprobar las oposiciones convocadas para el cuerpo de Sanidad Militar entre los mejores de su promoción, fue inmediatamente destinado a la isla de Cuba, entonces provincia española que en aquellos momentos se encontraba inmersa en una guerra por su independencia.
El joven Ramon y Cajal sería destinado a uno de los peores destinos médicos posibles, la enfermería de Vistahermosa, en la provincia de Camagüey, donde contrajo paludismo. Declarado "inutilizado para la campaña", regresaría pocos meses después a España afectado por caquexia palúdica, un estado de extrema malnutrición, atrofia muscular, fatiga y debilidad causada por la enfermedad.
No obstante, con los ahorros obtenidos durante su servicio el médico compró su primer microscopio, los reactivos y los colorantes con los que al regreso de la guerra habilitó un modesto laboratorio en el que iniciaría sus andanzas en el campo de la histología.
Tras recuperarse de su enfermedad, Ramón y Cajal pasaría los primeros meses ayudando a los pacientes privados de su padre. El año 1875 sería también aquel que marcó el inicio de su doctorado y vocación científica, la cual culminó en el año 1877 a la edad de 25 años con una tesis titulada "Patogenia de la inflamación".
Dos años más tarde, en 1879, obtendría la plaza de Director de Museos Anatómicos de Zaragoza, y solo 3 años más tarde sería galardonado con la cátedra de Anatomía Descriptiva de Valencia, la cual dedicó a los estudios del cólera, descubriendo la vacuna contra la enfermedad, un hecho que suele pasar desapercibido entre las contribuciones del científico.
En 1887, se trasladó a Barcelona para ocupar la cátedra de Histología creada en la Facultad de Medicina de la Universidad de Barcelona, y solo un año después, en 1888, descubrió que el sistema nervioso, incluido el cerebro, estaba compuesto por un sin fin de células individuales denominadas neuronas.
Así, el esquema de la estructura del sistema nervioso de Ramón y Cajal pasó a conocerse como la doctrina de las neuronas, un modelo capaz de explicar la transmisión unidireccional del impulso nervioso y que refutó la teoría más aceptada hasta el momento, conocida como la teoría reticular.
Entre otros descubrimientos, los detallados exámenes histológicos de Ramón y Cajal descubrieron que las neuronas estaban separadas por un espacio de entre 20 y 40 nanómetros conocido como la hendidura sináptica, donde se producía la comunicación entre neuronas. También propuso la existencia de las espinas dendríticas, una protuberancia donde dos o varias neuronas conectan para producir la sinapsis y cuya existencia solo pudo comprobarse con la posterior llegada del microscopio electrónico.
De todo ello son testigo los numerosos dibujos legados por el que es considerado para los neurocientíficos un personaje tan importante como Einstein lo fue para la física.
Además, Cajal fue también uno de los primeros en su campo en emplear el término plasticidad neuronal. Esta plasticidad neuronal se refiere a la capacidad del sistema nervioso para modificar su estado, creando nuevas estructuras y conexiones neuronales en función de las condiciones del medio, y fue en este sentido que el investigador declararía que "el hombre puede convertirse en el escultor de su propio cerebro".
Entre decenas de premios y galardones, los trabajos y aportaciones a la neurociencia de Santiago Ramon y Cajal serían reconocidos en 1906 con el Premio Nobel en Fisiología o Medicina, el cual compartió con el investigador italiano Camilo Golgi, con cuyas tesis nunca coincidió pese a emplear el famoso modelo de tinción desarrollado por este durante años.
“Es uno de esos tipos que fue decididamente tan influyente como Pasteur o Darwin en el siglo XIX”, dijo Larry Swanson, un neurobiólogo de la Universidad de Carolina del Sur que contribuyó al libro The Beautiful Brain: The Drawings of Santiago Ramón y Cajal con una sección biográfica. “Es más difícil de explicar para el público en general, lo cual quizá es la causa de que no sea tan famoso”.
En agosto de 1930, el fallecimiento de su mujer por tuberculosis supuso para Ramón y Cajal un importante golpe. A pesar de ello, en sus últimos años continuó trabajando, preparando publicaciones y reediciones, y se consagró a sus alumnos. Varios de ellos (en especial su discípulo predilecto desde 1905, Jorge Francisco Tello, que le había sucedido en su cátedra y en la dirección del Instituto), por expreso deseo del propio Ramón y Cajal lo acompañaron en su muerte, el 17 de octubre de 1934, tras el agravamiento de una dolencia intestinal que debilitó su corazón.
Muy poco después se publicaría su autobiografía El mundo visto a los ochenta años, que había terminado y corregido poco antes.
Sus restos reposan, junto a los de su esposa, en el cementerio de la Almudena de Madrid.
* Héctor Rodríguez - Editor y periodista especializado en Ciencia y Naturaleza - National Geographic 2023
* Joanna Klein - The New York Times - 2017
* Ciencia
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