Como mujer judía en la Italia fascista, Rita Levi-Montalcini no parecía tener mucho futuro en el campo de la ciencia: las leyes raciales le impedían el acceso a la enseñanza universitaria y al ejercicio profesional. A pesar de ello, no se rindió y persiguió con tenacidad su carrera como investigadora, convirtiéndose en una de las neurólogas más brillantes del siglo XX y llegando a conseguir un premio Nobel en 1986.
Rita y su hermana Paola vinieron al mundo el 22 de abril de 1909 en Turín, Italia, y, como gemelas que eran, se repartieron de forma ecuánime el talento y la determinación: así como Rita llegaría a ser una gran científica, Paola sobresalió en la pintura.
Ambas tendrían que hacer frente a dos grandes obstáculos: en un primer momento la mentalidad tradicional de su padre, que consideraba que perseguir una carrera profesional les apartaría de sus “deberes de esposa y madre”.
Rita, de hecho, nunca se casó ni tuvo hijos y más adelante, a las leyes raciales promulgadas por Mussolini en 1938, que prohibían el trabajo de las personas judías en entes estatales y su acceso a las universidades.
A pesar de la mentalidad tradicional en lo que se refería a las cuestiones de género, crecieron en un ambiente intelectual. Su padre Adamo Levi era una persona culta e ingeniero de profesión, su madre Adele era pintora, y el primogénito Gino llegó a ser arquitecto y escultor antes de la promulgación de las leyes raciales. Al darse cuenta del talento de sus hijas su padre les permitió seguir el camino que habían elegido, aunque no sin reticencias.
Una desgracia personal marcó la elección de Rita por la medicina: en 1930 murió de cáncer su antigua niñera, Giovanna, con quien tenía una estrecha relación. Ese año se matriculó en la Universidad de Turín, completando la carrera de medicina en 1936 con un expediente brillante.
Allí hizo amistad con dos compañeros suyos, Salvador Luria y Renato Dulbecco, que recibirían el premio Nobel en fisiología o medicina algunos años antes que ella.
Investigó allí los efectos de los tejidos periféricos en el crecimiento de las células nerviosas.
Quiso continuar su especialización en neurología y psiquiatría, pero la promulgación de las leyes raciales en 1938 la obligó a abandonar la universidad.
Aunque se vio obligada a esconderse en Florencia durante la ocupación alemana de Italia (1943-1945) debido a su ascendencia judía, pudo reanudar su investigación en Turín después de la guerra.
Contra todo pronóstico, fue en esos años cuando Rita y su mentor Giuseppe Levi -que a pesar del apellido no era pariente suyo- realizaron grandes avances en el estudio de la neurología.
En un laboratorio secreto que construyeron en sus refugios, investigaron las células nerviosas y realizaron uno de sus grandes descubrimientos: la muerte autoinducida, en circunstancias de daño irreversible, de centros nerviosos completos; un fenómeno que en 1972 se llamó apoptosis o muerte celular programada.
La última etapa de la guerra también fue decisiva para que Rita orientara su carrera hacia la investigación en vez de la práctica médica. Mientras colaboraba con la Cruz Roja atendiendo a los heridos de la guerra civil -que enfrentó a los partisanos contra los remanentes del ejército fascista-, estalló una violenta epidemia de tifus que mataba alrededor de 50 personas al día en el campo donde trabajaba. Sintiéndose incapaz de distanciarse emocionalmente del sufrimiento de sus pacientes, decidió dedicarse en exclusiva a la investigación.
Poco después del conflicto su vida dio un gran giro, esta vez para mejor.
En 1947, el biólogo Viktor Hamburger, en cuyos trabajos se había apoyado para llevar a cabo sus estudios, la invitó a proseguir sus investigaciones en la Washington University de Saint Louis.
Lo que debía ser un estudio de pocos meses se transformó en una elección de vida cuando Rita obtuvo una cátedra de zoología que mantendría hasta su retiro en 1977 y combinaría con otros importantes trabajos en Italia.
En ese tiempo obtuvo la doble nacionalidad italiana y estadounidense.
Durante esos treinta años enriqueció su investigación con el estudio de la genética y la embriología, dedicándose al estudio de los factores genéticos en el crecimiento de las células.
En 1953 empezaría una larga colaboración con el bioquímico Stanley Cohen, con quien compartió el Premio Nobel de Fisiología o Medicina en 1986.
Sus estudios, y especialmente el aislamiento del factor de crecimiento nervioso -un tipo de proteína que estimula el crecimiento de las neuronas-, fueron de gran importancia: entre otras cosas, sirvieron para entender el desarrollo del cáncer y crear tratamientos específicos para un tipo de enfermedad que, en aquel entonces, tenía un pronóstico mucho más complicado que en la actualidad.
Levi-Montalcini fundó el Instituto de Biología Celular en Roma en 1962 y, posteriormente, dividió su tiempo entre el instituto y la Universidad de Washington.
En 1987, recibió la Medalla Nacional de Ciencias y, en 1988, publicó su obra autobiográfica, Elogio de la Imperfección.
En 2001, el primer ministro italiano, Carlo Azeglio Ciampi, la nombró senadora vitalicia por sus destacadas contribuciones a la ciencia .
En sus últimos años, ya retirada de la investigación, se dedicó por entero a la promoción de las instituciones científicas con las que colaboraba, hasta su muerte el 30 de diciembre de 2012, en Roma, a los 103 años.
Se convirtió en una de las mujeres científicas más conocidas de la historia y a lo largo de su carrera logró reconocimientos inéditos, entre ellos el de ser la primera mujer admitida en la Pontificia Academia de las Ciencias.
* National Geographic
* Enciclopedia Británica
* Ciencia
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